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Marquesas, French Polynesia August 6, 2004 english

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Fatu Hiva

Los delfines nos siguieron mientras navegábamos paralelo a la isla. Cuando nos acercamos al final de la isla y tuvimos que girar para seguir la costa, desaparecieron.  Realmente parecí­a que estuviesen en una presentación contratada por la isla para darle la bienvenida a los cansados viajeros. Continuamos, todaví­a asombrados con los gigantescos acantilados y el verde resplandor de Fatu Hiva. Cuando giramos y pasamos el final de la isla el viento se calmó un poco. Encontramos la bahí­a que figuraba como la mejor y más segura para anclar en la isla. Apenas podí­amos ver dos casas y una cancha de fútbol bordeando una zona llana de la costa. En cuanto intentamos echar anclas el viento apareció azotándonos a 30 nudos desde el valle que tení­amos enfrente. El ancla dio contra las rocas. Intentamos nuevamente, asegurándonos de no estar demasiado cerca de ninguno de los lados del pasaje algo estrecho que conducí­a hacia la isla. Finalmente, estábamos anclados. Podí­amos distendernos, lo habí­amos logrado. Uno habrí­a pensado que tendrí­amos unas ganas enormes de saltar en el bote, salir corriendo a la isla y sentir la tierra, pero no lo hicimos. Nos dimos largas duchas y dormimos siestas antes de ir a tierra. Sofí­a fue primero por su cuenta. Podí­a ver que estaba entusiasmada y asustada al mismo tiempo. Yo querí­a esperar a Wences. Cuando me estaba duchando vinieron unos pescadores al barco. Wences bajó y me pidió que lo ayudara a comunicarse con ellos. Nos habí­an dicho que acá podí­amos canjear lo que quisiéramos en trueque. Aparentemente querí­an alcohol. Wences ya les habí­a dado una botella de ron. Yo creí­a que era a cambio de fruta que nos darí­an después, pero resultó ser a cambio de una talla. Nos invitaron a su playa, que era más bien una cala donde un riachuelo de agua dulce desembocaba en el océano. Les pregunté si podí­an llevar a Wences a pescar en sus canoas. Parecí­an un poco reacios, pero dijeron que estaba bien. Mañana. Más tarde cuando llegamos a la playa habí­a un aluvión de hombres y todos querí­an alcohol. Exigieron más ron. En este punto deberí­a haber preguntado ¿A cambio de qué? Pero no lo hice.  Otro hombre prácticamente nos tiraba fruta encima, y yo pensaba que estábamos canjeando por eso. Unos pomelos enormes, verdes, toneladas de bananas colgando de un tallo, naranjas, limas, una papaya. Estábamos tan felices de tener esas frutas deliciosas. Glenn llevó todo de vuelta al barco en el bote, y Wences, Dio y yo fuimos a hacer una caminata.

Supongo que yo esperaba una recepción más cálida de la gente que vive en Fatu Hiva. Muy inocente de mi parte. La mayorí­a de los menos de un centenar de habitantes del pueblo donde estábamos evitaban mirarnos directo a los ojos y pasaban caminando mirando a la distancia como si ni siquiera nos viesen. Por supuesto que hubo excepciones. Conocimos a una viejita muy agradable, Germaine, pero estaba vendiendo cosas. Nos llevó a su casa y nos mostró sus tapas. Las tapas son unos diseños pintados a mano sobre un papel que se hace con corteza de árbol machacada. Son dibujos simples, en su mayorí­a simbólicos, de guerreros, escudos, algunos animales, muchas tortugas. Son hermosos y muy particulares. Nos gustaron algunos, y nos gustaron algunas de sus tallas, pero no tení­amos dinero. Combinamos para el dí­a siguiente, cuando yo volverí­a a comprarle algunas cosas. Después Wences y yo caminamos un poco por el pueblo. Todas las casas son prefabricadas, de un piso, muy simples. Por lo que se veí­a por la ventana parecí­a que las paredes estaban bastante desnudas. Ni siquiera estanterí­as. Las cosas las guardaban en montones en el piso. Pero todos tení­an lindas cortinas. Y flores por todos lados, la mayorí­a de las mujeres llevaba puesta una gran flor atrás de la oreja. Habí­a árboles que prácticamente explotaban de fruta. Mucha más fruta de que la puedan comer. Pomelos, naranjas, limas,  fruto del árbol del pan, cocos, arbustos con lo que parecí­an ají­es habaneros. Caminamos hasta que no pudimos más y ahí­ volvimos a la cancha de fútbol. Soltamos a Dio y se puso a caminar por todos lados. Fue tan cómico. Caminaba como un mini Papá Noel borracho. Intentaba correr a uno de los ubicuos pollos, pero por supuesto el suelo no está nivelado, así­ que se daba porrazos. Por supuesto que se calló y se abrió la palma de la mano. No demasiado feo, pero justo se estaba cicatrizando de la quemadura de agarrar la luz de lectura. Y el dedo que se reventó por agarrar el ventilador. Ya veo que más vale que me acostumbre a las sesiones vespertinas de agua oxigenada y Neosporina.

Cuando fuimos a buscar a Sofí­a en el bote, es claro que estaba con un hombre de Fatu Hiva. Parecí­a agradable y contento. Sofí­a nos dijo que el tipo hablaba inglés, francés, español y  el idioma de Fatu Hiva. ¡Bárbaro! Se llamaba Félix. Por supuesto que se enamoró de Fifi, y la llevó a una hermosa cascada de agua para seducirla, pero Fifi hasta el momento ha sido inseducible. A él le dio un poco de vergí¼enza, al igual que a Sofí­a, cuando ella le dijo que no buscaba amor en Fatu Hiva. Al dí­a siguiente fuimos a tierra a ver a Germaine y por supuesto lo vimos a Felix. Cómo va a ser posible no encontrarse con alguien en esa aldea de una sola calle. Parecí­a un poco sorprendido, estábamos con Glenn. Caminó con nosotros un rato y después se fue. Fuimos a la casa de Germaine, compramos las cosas en las que yo estaba interesada. Ella querí­a dinero, no mencionó el trueque. Después Glenn se fue a buscar la catarata de Fifi y nos fuimos con Dio a practicar las caminatas y la exploración. En cuanto salimos de la casa de Germaine empezó a llover a cántaros. Por suerte nos encontramos con Felix que nos dejó ir a su casa. Nos sentamos en el piso de cemento de su casa, que es muy simple, con una silla y una mesa, y abrimos la mochila de picnic que me regaló mi hermano Nicholas, y sacamos unas galletitas, queso, fruta, galletitas dulces, etc., e hicimos un picnic de interiores. Al fondo de la habitación noté que habí­a un montón de tallas de madera. Parece que todos aprenden a tallar madera y hacer tapas. Obviamente hay algunos mejores que otros. Felix es muy, pero muy bueno. Sabí­a que a Wences le iban a gustar sus cosas, así­ que le pedí­ si podí­a traernos algunas al barco para mostrarle a Wences. A Wences verdaderamente le gustó mucho su trabajo y le preguntó si tení­a suficiente tiempo como para hacernos cuatro bowls chatos para mojar el sushi en la salsa de soja y el wasabi. Felix dijo que sí­ si se iba en ese instante. Así­ que lo llevamos de vuelta, se puso a trabajar, y nosotros nos fuimos a dormir.

Los pescadores nunca volvieron. Aprendimos a no hacer ningún trueque sin saber a cambio de qué, y a encarar el trueque más tranquilos en general. Y quizás el alcohol no sea tan bueno para canjear porque probablemente se lo tomaron todo de inmediato y después se pasaron de resaca un dí­a entero. Buena lección. Ese dí­a me quedé en el barco, preparándolo para navegar, limpiando, etc. Felix vino de tarde y nos mostró los bowls de wasabi más hermosos que podrí­amos imaginar. Habí­a hecho palitos chinos en conjunto. El precio aumentó pero valió la pena. Estos eran especiales, muy especiales. Lo invitamos a Felix a quedarse a cenar. Al mismo tiempo, Bob y Amy, de otro barco, vení­an a tomar unos tragos. Yo estaba haciendo una cosa con camarones, curry y leche de coco que siempre demora una eternidad. Alguna gente comió, otros ya habí­an comido, pero por suerte a los que lo comieron les gustó. Creo que Felix estaba contento de salir de Fatu Hiva un momento, y ser parte de otro mundo, aunque fuera solo por un momento. Wences le dijo que le pagaba si nos conseguí­a un pollo al dí­a siguiente antes de que nos fuéramos. Bien tempranito Felix nos trajo un pollo y un bonito para hacer sushi, y se negó a cobrar. Un lindo regalo. Felix es realmente un buen tipo.
¿La VERDADERA prueba? A Dio le cayó muy bien.

Hiva Oa

Hiva Oa  y Fatu Hiva son dos islas en la parte sur del archipiélago de las Marquesas. Fatu Hiva tiene alrededor de 600 habitantes, e Hiva Oa tiene unos 1800. Hiva Oa es donde Gauguin pasó los últimos seis años de su vida.  De hecho Gauguin luchó con los pobladores de Hiva Oa contra la administración colonial francesa.

Es difí­cil describir la hermosura del paisaje de las Marquesas. Primero, todo es tan verde, tan exuberante. Y las montañas que simplemente se precipitan al agua. No hay mucha playa en estas islas.

Después de tres noches salimos rumbo a Hiva Oa, una isla mucho más grande a cinco horas de distancia. Ya hemos estado acá durante tres dí­as. El primer dí­a Wences y yo fuimos a dar un paseo en bicicleta a un pueblo para hacer aduanas. Pucha, las piernas me herví­an. Este paisaje es montañoso y aunque fue un paseo agradable, hace tanto calor y humedad que para cuando llegamos, los dos creí­amos que nos í­bamos a desmayar. Encontramos un lugarcito agradable para comer un almuerzo temprano. Wences comió poisson cru, una ensalada deliciosa de pescado crudo, y yo comí­ una cosa de pescado al jengibre, estaba deli. Además tomamos agua de coco con pajitas metidas directo en el coco. Nuestra comidita resultó tres cher. ¡Este lugar no es chiste! Todo es súper caro, pero ya lo sabí­amos. Cuando volvimos, Sofí­a y Glenn agarraron las bicicletas y se fueron al pueblo. Les costó mucho conseguir hacer las cosas que tení­an que hacer.  Hay solo una computadora en el pueblo con conexión de Internet, y alguien la estaba usando. Después el lugar cerró. A las 2 de la tarde. Tal como lo hacen muchas de las tiendas de acá. Quizás todo el mundo se va para la casa y se desploma de agotamiento por el calor. Quién sabe. Pero parece que acá la gente se levanta temprano. Los domingos la gente se levanta a las 5 de la mañana para comprar los bizcochos y el pan recién hechos. Por suerte Glenn es un amante de las baguettes y se fue por iniciativa propia y nos trajo un montón de delicias que todos comimos muy agradecidos. Más tarde Wences alquiló un auto y nos fuimos a un paseo de aventura por la cima de unas crestas empinadas y hacia abajo a otro valle. Después de un rato el camino se volvió desafiante, y aunque estábamos buscando otro pueblo, después de andar un rato dimos vuelta para retornar. Vimos algunas casas. Todas idénticas, prefabricadas, y una cancha de voleibol, pero nada de pueblo. También vimos una enorme roca de cara al mar donde solí­an hacer sacrificios humanos.

En el camino de vuelta decidimos servirnos unas papayas y unas bananas que vimos al costado de la carretera. Habí­a tanta fruta. Es posible que nos hayamos puesto un poco glotones, y cuando Glenn estaba doblando una rama de un bananero para cortar el racimo de bananas, el árbol entero se cayó encima del auto. Fue muy gracioso. Los árboles son muy livianos, más bien como gruesas plantas de maí­z que lo que uno pensarí­a al decir árbol. Por supuesto que inmediatamente después pasó un auto lleno de gente de la isla. Pararon un segundo pensando que habí­amos tenido alguna especie de accidente, porque realmente estábamos en comunión con las bananas, pero les hicimos señas de que siguieran, demasiado avergonzados para admitir que primero, estábamos robando fruta de alguien porque obviamente esta tierra pertenecí­a a alguien, y segundo, que éramos terribles como ladrones y habí­amos destruido un árbol entero para sacar apenas una docena de bananas verdes. Bueno, para cuando volvimos al barco tení­amos cuatro papayas y por lo menos cuatro docenas de bananas. ¡Suficiente para los licuados!

8 De Agosto

Wences se fue para Venezuela. No podí­a creerlo, pero lloré. Supongo que eso es bueno. Siempre lo extraño cuando se va, pero de una forma linda. Pero hací­a tiempo que no lloraba. Me gusta extrañarlo. Ahora es tarde y se suponí­a que iba a estar escribiendo sobre Connie Francis. Esa mujer me está matando. Su historia es tan deprimente, que es difí­cil que no te afecte al escribirlo. Todaví­a no puedo hacerlo. Tengo que esperar para escribir. Mañana.

Afuera de nuestro barco hay un pez aguja corriendo de un pez grande que lo persigue, quizás sea un atún, y se pasan chocando contra el casco ¡justo debajo de mi ventana! ¡Suena como que están corriendo por sus vidas! ¡No quiero estar en esa agua! Eso sin lugar a dudas, ¡esos peces están hambrientos! ¡Todas las noches una masacre de peces justo afuera de mi ventana!

11 Al 13 De Agosto

Nos fuimos de Hiva Oa para ir con Glenn y Sofí­a a otro barco llamado Lord Fred. Glenn se ha hecho amigo del dueño, un personaje de 67 años de edad y su capitán, otro australiano de unos 28 años, y sus tripulación de dos franceses de veinte y pico de años, tatuados por todos lados con todo tipo de animales de las Marquesas. El primer dí­a fuimos a una playa realmente hermosa en Tahuata, una isla cerca de Hiva Oa. Es la playa más linda que hemos visto desde que llegamos, rodeada de palmeras, las olas no son demasiado grandes, un lugar perfecto para Dio. Le encantó. Sofí­a y yo lo llevábamos ahí­ antes de su siesta para un bañito y rápido y una caminata Le encantó. Al principio estaba un poco asustado del agua y las olas, pero después de tres dí­as, no le tiene miedo a nada. Le encanta el agua. Jugábamos a la mancha en el agua, que es por lejos su juego preferido. Y caminábamos por la playa a un lugar donde el agua ha ahuecado unas piscinas llanas en la roca, al lado de las olas, pero a una distancia suficiente para que las olas no rompan. Adentro de los huecos habí­a cientos de pescados diminutos. Pescaditos y cangrejitos. Dio los miraba un poco, pero le interesaba más caminar por la roca resbaladiza cubierta de musgo. ¡Fantástico, cada dí­a se parece más a su padre! ¡Le encanta el peligro!

14 De Agosto

Hoy fuimos a otra bahí­a donde habí­a unas rayas ENORMES. La más grande iba de un lado al otro justo enfrente de Simpática. Como si estuviera marcando el paso o algo así­. Yo estaba esperando que Dio se levantara de una siesta muy larga para darle de comer, y después me iba a tirar a nadar con las rayas. Hice que Sofí­a se metiese al agua, y estaba un poco asustada. Como habí­a mucho viento, no se veí­a mucho adentro del agua. Así­ que Sofí­a nadaba siguiendo nuestra dirección, y de repente habí­a una raya JUSTO enfrente de ella, y se poní­a a los gritos. Poco después le pasó algo al barco Lord Fred. El motor no avanzaba, sólo podí­a andar marcha atrás. Decidimos que lo í­bamos a remolcar al lugar donde habí­amos anclado antes, la playa privada de Dio, y pasar el dí­a ahí­, ya que era Domingo, y después los í­bamos a remolcar de vuelta a Hiva Oa el lunes de mañana. Hoy llamó Wences. Me gustó tanto hablar con él. Sonaba cansado pero bien. El pobre tiene todos estos problemas de salud, un virus extraño, algo que suena a reflujo estomacal, alta presión, colesterol alto y gastritis. Y un virus estomacal raro. Todo de golpe. Por lo menos ahora tiene remedios. Y por lo menos sabemos lo que le pasaba. Nunca lo habí­a visto así­ antes. Es tan fuerte que casi nunca se queja. Le debe haber estado molestando mucho. Los doctores no podí­an creer que habí­a estado con esta afección durante tanto tiempo sin hacer nada, simplemente el factor dolor hubiera hecho que la mayorí­a de la gente fuese al médico meses antes.

Los Verdaderos Nonos

Nos advirtieron que tuviéramos cuidado con unos insectos tipo mosquitos diminutos que son muy comunes en las Marquesas, llamados nonos. Alguna gente simplemente no iba a las playas para evitar un encuentro con los nonos. Eso me parece muy tonto. ¿No ir a la playa por un bicho? De ninguna manera iba a dejar de llevar a Dio a la playa más perfecta del mundo. Lo embadurnaba de loción de citronela, que es segura para los bebes, y allá nos í­bamos, a pesar de todas las advertencias de evitar las playas y los arbustos.  

El tercer dí­a estábamos ahí­, aunque me daba cuenta que se estaban haciendo una panzada con mis hombros, no me dolí­a de verdad, como si fuese un mosquito o un jején. Era un poco molesto, pero nada del otro mundo. Me daba una corrida hasta el agua y me quedaba ahí­ un rato con Dio hasta que la costa estuviera despejada, o eso pensé. Me esforcé al máximo por ignorarlos. Dos dí­as después, cuando empezó a picar de verdad, me miré la espalda en el espejo y no pude creer lo que vi. Parecí­a una imagen de un libro de un libro de biologí­a ilustrando una extraña infección del tercer mundo. Tení­a la espalda cubierta de unas ronchas rojas chiquititas, y cuando digo cubierta, quiero decir que no quedaba piel normal. La espalda de Sofí­a estaba igual. Probamos loción con calamina, benadryl, agua salda, sol, todo lo que cualquiera dijera que podí­a ayudar. Y aunque la calamina nos aliviaba durante una hora o dos, la picazón y el ardor volví­an con rabia. Cuando escuchamos que el jugo de limón ayudaba, no podí­amos creer que el dí­a anterior habí­amos tirado a la basura casi todos los más de treinta limones que tení­amos, en una guerra de limones con Lord Fred. ¿Alguna vez en mi vida habí­a tenido una guerra de limones? NO. ¿Alguna vez habí­a PRECISADO limones más que ahora? NO. El único lugar donde podí­amos conseguir más limones ahí­ era volviendo a esa isla infestada de nonos, a esos árboles, donde viví­an esos solapados nonos guachos, y encontrar el limonero que habí­an encontrado los franchutes del Lord Fred. Qué irónico. Literalmente habí­amos tirado a la basura nuestra cura. Acá no hay limones para comprar porque todo el mundo tiene un limonero en el jardí­n, así­ que quién va a comprarlos. Intenté reclutar un héroe de nuestro barco. En vista de que Sofí­a y yo éramos las ví­ctimas de los nonos, lo más lógico serí­a que Glenn o Wences fueran, ¿no? Cuando le pedí­ Glenn se desapareció y Wences le dio un vistazo a mi espalda y dijo “De ninguna manera voy a ir a esa isla”.  “Y yo que pensaba que me habí­a casado con un macho latino”, dije. “¿Qué pasó con mi pequeño héroe?” pregunté.
“Está de dí­a libre.”

¡Yo pensaba que me habí­a casado con un macho latino que no le temí­a a nada! No le importa hacer sky diving, manejar como un loco en cualquier auto, pero no. Estaba aterrorizado de estos insectitos. No lo culpo. Tuvimos estas ronchas durante dí­as y cada vez se poní­an más grandes, más rojas y picaban más. A Sofí­a le dio un ataque en la mitad de la noche, llorando y rascándose, poniéndose calamina, agua salda, cualquier cosa. La encontré a los llantos en el piso. Estos nonos no son ningún chiste. Sofí­a asumió que estaba teniendo una reacción alérgica. Yo sé que tení­a miedo que nunca se le fueran las ronchas y que quedara con cicatrices para el resto de la vida, con estas ronchas extremadamente desagradables. Ahora parecí­a que tení­amos un acné extremadamente intenso por todo el cuerpo. Le di un analgésico, le pasé calamina en la espalda, le di un poco de agua y la mandé a la cama. Fue bueno sentir que podí­a ayudar a calmar a Sofí­a porque ella nos ha levantado el espí­ritu tantas veces en este viaje, en especial el mí­o.

Me miré en el espejo y supe lo que tení­a que hacer. Ahora me tocaba a mí­, por primera vez, ser el héroe de la pelí­cula. Ir a donde ninguno de estos hombres se atreví­a a ir y salvar a las damiselas en apuros. Me rocié el cuerpo entero con repelente, el pelo, todo, me puse un equipo completo de lluvia, pantalones largos, y medias, y me fui a la guarida de los nonos, ¡PORQUE NADIE MAS ESTABA DISPUESTO A HACERLO! La caballerosidad ya no existe.

Mientras avanzábamos hacia la playa, yo miraba la playa serena, y veí­a escenas de SALVANDO AL SOLDADO RYAN en mi mente, pensando, quién iba a pensar que el enemigo se oculta en este paraí­so. Con el repelente en la mano, sabí­a que estaba lista. Iba a tomar a los nonos de sorpresa y robarles la fruta de sus árboles, todo debajo de sus narices. Y si intentaban detenerme, el REPELENTE los iba a dejar duros ahí­ mismo. Estos limones eran MIOS. TENIA que TENERLOS. Y sólo yo podí­a hacerlo. Las mujeres se encargan de lo suyo. Me pasé cantando la canción Sisters Are Doing It For Themselves mientras me pavoneaba por los arbustos, en busca del limonero mágico. Ubiqué el árbol, con docenas de limones que le colgaban de las ramas. Me imaginaba a Aretha Franklin y Annie Lennox cantando SISTERS ARE DOING IT FOR THEMSELVES, mirándome desde el cielo como dioses miraban a los humanos desde el Monte Olimpo. Cuando volví­ al barco con 20 limones en mi bolsa, Sofí­a tení­a lágrimas en los ojos. Sí­, tengo una imaginación hiperactiva, pero fue divertido sentirme como si estuviese luchando contra las fuerzas de la naturaleza, aunque sólo fuese un dí­a durante cinco minutos en una playa. Es hora de canalizar esto hacia Connie Francis. Lo sé. Me está llamando.

Nuku Hiva

Nuku Hiva fue probablemente mi lugar preferido de las Marquesas. Tiene una linda bahí­a circular bordeada por la calle principal del pueblo. El paisaje es más abierto que en Fatu Hiva e Hiva Oa.  Un lugar más fácil para vivir. Además la gente es un poco más abierta. Podés caminar todo el largo del pueblo en una media hora. Wences, Sofí­a, Dio y yo tuvimos un almuerzo agradable en un lugarcito en la calle principal. Nos atendió un hombre extremadamente afeminado. Aparentemente acá la costumbre es que al segundo hijo se le asignan todas las tareas femeninas, e incluso se le trata como a una mujer. Se visten como mujeres y actúan como mujeres. Supuestamente no son homosexuales. Me costó imaginarme que a este él/ella le esperase una esposa en su casa, pero es una cultura tan diferente, que la verdad, cómo voy a saber yo. Me da la impresión que podrí­amos quedarnos acá cinco años y ni siquiera empezar a entender esta cultura. Es tan diferente. Sólo nos quedamos dos dí­as en Nuku Hiva, pero fue mi lugar favorito. Conocimos a una californiana de 70 años que vive ahí­ y que dirige un museo de arte de las Marquesas. Rose. Era tan dulce. Se habí­a instalado ahí­ con su marido hace más de cuarenta años. Parece que él ya no estaba más. Nos daba miedo preguntar, pero creemos que se murió. A pesar de lo horrible de su acento en francés, esta mujer se habí­a enamorado de Nuku Hiva y planeaba morirse ahí­. Trabajaba con los artistas del lugar, haciéndolos producir unas obras tradicionales realmente hermosas. Yo no podí­a dejar de preguntarme si a los habitantes de las Marquesas alguna vez alguien los estimuló a hacer alguna otra cosa, que no sean tapas y tallas de madera. ¿Pintarí­an? Ojala hubiera tenido más tiempo para pasar ahí­. Qué se le va a hacer. Siempre nos decimos que tenemos suerte de haber estado ahí­ para empezar.

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