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Panama June 4, 2004 english

Posted by Belle in : Panama , trackback

Tercera Semana - El Canal De Panama

Finalmente llegó el dí­a en que nos prometieron un turno para pasar por el canal. Tratamos de no entusiasmarnos demasiado porque nos habí­an contado de una familia en un monocasco de 55 pies llamado Black Diamond que habí­a esperado durante horas el dí­a anterior, y al final su cruce se habí­a postergado.
A los barcos chicos como el nuestro se les asigna un asesor de embarcación del canal, mientras que a los barcos más grandes les asignan un piloto que de hecho toma las riendas del piloto habitual durante el cruce.
También se puede contratar amarradores pagando un dinero extra. Los amarradores manejan los cabos en la esclusa, lo que es importante porque el barco puede sufrir daños. El asesor de Black Diamond nunca apareció. Los amarradores esperaron en el barco durante horas con todo el mundo subido en Black Diamond. Nadie ofreció explicación alguna.

6 De Junio

A alrededor de las 6 de la tarde arrancamos a motor de la marina de Colón, mirando a los gatos flacos y los barcos mientras nos alejábamos, con la esperanza de que no nos obligaran a pasar otra noche ahí­. En cuanto giramos vimos la larga fila de barcos enormes, anclados afuera en la bahí­a, esperando para pasar por el canal. Estos barcos son tan enormes que de noche parecen ciudades, con todas sus luces de diferentes colores iluminadas como una mini Nueva York. Esperamos, disfrutando de la brisa y esperando tener algo de suerte. Un pequeño remolque vino hacia nosotros, con tres tipos grandes y de aspecto fornido y un indú chiquito. Saltaron a nuestro barco, pusieron sus grandes zapatos en la cubierta, y le echaron una mirada al barco. Dos gruñeron un saludo. Uno sonreí­a y era muy educado (le echaba el ojo a Sofí­a) y el indú se enamoró inmediatamente de Dio. Dio estaba fascinado con todos ellos. No precisó juguetes durante horas, los miraba como yo solí­a mirar la serie “The X Files”.

¿Pero dónde estaba el asesor? Esperamos. Nos habí­an dicho que cruzarí­amos con Black Diamond. Iban a amarrarnos juntos de alguna manera. No me gustó mucho la idea, pero obviamente la gente del canal sabe lo que hace. Estábamos mirando la puesta de sol cuando Black Diamond nos pasó a toda velocidad. “¿Alguien ha visto un canal por acá?” bromeó el padre de la familia, que es un experto navegante. “Lo vi en la carta, pero no lo puedo encontrar!” Todos nos reí­mos. Cómo era posibe no encontrar el canal cuando en su entrada se encontraba la fila más larga de barcos imaginable. Luego se acercó otro remolque. ¡NUESTRO ASESOR! El barco tuvo que hacer varios intentos para acercarse a Simpatica, parece que el asesor no salta tan lejos como los amarradores. Por fin dio un pequeño saltito abordo. Por la forma en que lo miraban los amarradores, se veí­a que no lo querí­an. Tení­a puesto una gorra de béisbol, shorts khaki, zapatos de navegar, una camisa con cuello y un bolso grande, que colocó en el lugar más incómodo de la cubierta (eso que tení­amos más que suficiente lugar para él en nuestros almohadones de cubierta, pero no querí­a sentarse con las masas). Para conseguir pasar por al lado de esa cosa habí­a que hacer figuritas. Cuando se levantó para ir al baño, lo moví­. Pesqué a uno de los amarradores sonriendo mientras me miraba. Cuando volvió el piloto miró su silla, miró a los amarradores, que todos miraban hacia el agua, y luego me miró a mi. “Lo moví­”, le dije. Después de eso nunca más me dirigió la palabra.

Los amarradores nos ataron a Black Diamond con cuatro cabos, dos cabos atravezados, uno en la proa y otro en la popa. Comenzamos a avanzar dentro del canal. Dio comenzó a llorar, hora de ir a la cama. Lo acosté, le dí­ de mamar y se durmió. Me perdí­ la primera esclusa por completo. Para cuando subí­, habí­an comido sus Kentucky Fried Chicken (que nos habí­a sugerido el agente que nos ayudó a organizar todo para poder cruzar lo antes posible) sus purés de papa y tomado sus cervezas. Los amarradores estaban un poco más distendidos, quizás porque el asesor ya se habí­a retirado por el dí­a, pero se mantení­an realmente callados. Los amarradores durmieron en la cubierta. Les dimos edredones. Estuvieron callados toda la noche.

Ahora estábamos en Lago Gatún, un enorme lago de agua fresca (tres veces el tamaño de Manhattan) que abastece de agua a todo Panamá, además de ser la fuente del agua que bombean a través de las esclusas. Cada esclusa requiere unos 190 millones de litros. Muy impresionante. El Lago Gatún es hermoso, y está rodeado de selva densa. Anclamos el barco y descansamos un poco. Esa noche escuchamos los alaridos de los monos en los árboles cercanos.

7 De Junio

Cuando te levantás a las 6 y media y ya estás transpirando, sabés que va a ser un dí­a caluroso. Me desperté con el ruido de los amarradores zambulléndose al agua. Parecí­a una buena idea.

Nuestro asesor volvió, con su gorro de béisbol, silla y todo. Esta vez puso la silla en el lugar más inconveniente posible adentro. Me resultaba tan ridí­culo. Tenemos un sofá en el living con capacidad para 10 personas. Habí­an dos sentados. Me levanté con Dio, inspeccionando el diminuto espacio que dejó libre el tipo para quien quisiera pasar por al lado de su silla. Ni siquiera Ally McBeal podrí­a pasar por ahí­. Miré el sofá para ver qué podrí­a pasar para que este tipo no se quisiera sentar ahí­. ¿Algún desastre de Dio? No. ¿Pedazos de comida? No. ¿Libros extraños sobre el Kama Sutra? No. ¿Algo? No. NINGUN motivo. Los amarradores me mirarban, observando todo. El indú asentí­a con la cabeza, sonriendo.

Me llevé a Dio afuera para desayunar. Tiene una sillita que se sujeta a cualquier mesa, es la mejor compra de mi vida. Lo puse en su silla, saqué un poco de yogur y fruta y jugo. Le pregunté a los hombres qué querí­an de desayuno. Se miraron confusos. “¡Lo que sea!” gruñó en español el más fornido, que pesaba por lo menos 115 kilos. Tení­a el pelo en un par de trenzas, estilo el basquetbolista Sprewell, bigote y grandes cachetes. Dio lo señaló y dijo algo que sonó a pregunta. El Fornido miró para otro lado. Dio preguntó de nuevo. Fornido no se pudo resistir. Lo miró a Dio y Dio se rió y rió y trató de huir, como si lo persiguieran. El Fornido sonrió y soltó una enorme y cálida carcajada. Dio rompió el hielo. En cinco minutos se lo pasaban de un fornido a otro, lo arrullaban, le hací­an cosquillas, le hablaban como nenitos, le daban de comer, le enseñaban a no tirar la cuchara al piso (por desgracia Dio no parece acordarse de lo que le enseñaron.) Nos hicimos amigos.

Avanzamos a motor hasta la esclusa, que es de unos 30 metros de ancho con hombres uniformados a ambos lados. También hay unos trencitos a los dos lados que remolcan los barcos a través de las esclusas. Cuando te acercás a la gran puerta que conduce al otro lado, ves la altura que estás a punto de descender. Es impresionante. Los amarradores tiraron los cabos a los hombres que esperaban afuera en la orilla. Tení­an que mantener los cabos lo suficientemente tensos para que el barco no se moviera demasiado, pero obviamente no demasiado tensas como para que los cabos aguanten demasiado peso del barco. Suena una campana y lentamente comienza a succionarse el agua. Cuando querés acordar, los tipos de la orilla a los que mirabas desde arriba desde la cubierta te saludan a ti desde arriba, a medida que te vas hundiendo en el canal. Sucede muy rápido.

Esa mañana Wences me dijo que í­bamos a tener que pasar todas las esclusas atrás de un gran barco. En el momento no le presté mucha atención, pero cuando ví­ el barco que se acercaba a nuestra proa, pensé que iba a vomitar, esa cosa podí­a pasarnos por arriba sin siquiera enterarse. Y se vení­a cada vez más cerca y más cerca. ¿Cuándo va a parar? Comencé a filmar, con la esperanza de que me distrajera de mi pánico. ¡BUENA IDEA! Podí­a acercarlo con el zoom y hacer que se viera aún más ENORME.

El Segundo conjunto de esclusas de ese dí­a eran las esclusas Miraflores. Conozco el nombre porque ahí­ fue que nos dijeron que filman los barcos y ponen el video en el sitio web del Canal de Panamá. Llamamos a nuestras familias, les dijimos a qué hora estar atentos. Mantuve despierto a Dio y lo dejé muy excitado. Fuimos al punto más alto del barco, lo puse sobre mis hombros, Sofí­a tení­a un cartel que decí­a “Hola Argentina!” y bailamos sobre Simpatica. Dio se entusiasmó tanto con el baile (no hace falta más que poner cualquier música con buen ritmo y el nene baila, pero realmente baila) tení­a los brazos en alto, con los dedos hacia el cielo. Prácticamente saltaba sobre mis hombros. Finalmente vimos la cámara y nos dimos cuenta de que no estaba apuntando hacia nosotros. ¡Después de todo eso! Wences inmediatamente le pidió a nuestro piloto que llamara y pidiera que giraran la cámara. Yo me reí­ de la presunción de mi marido, pensando, seguro, como que eso va a suceder. Wences cree que si él hace la llamada indicada, puede mover el sol. “Dí­gales que tenemos un recién nacido abordo y que los abuelos lo quieren ver”. En cinco minutos la cámara habí­a girado. GUAU. Quizá sí­ puede mover el sol, pensé. El Poder del Bebé es cosa seria. Mientras saltábamos como locos mirando a la cámara me conmoví­ tanto pensando que mis padres, hermana, hermano y toda la familia de Wences iban a poder compartir este momento con nosotros que casi lloré. Por desgracia, después me enteré que algunos de mis parientes se lo habí­an perdido, pensando que tení­an que restar una hora por la diferencia horaria. Una pena. Por lo menos tengo una foto de alguien. Y me prometen que hay varias más en camino.

La última esclusa no fue muy diferente de las otras dos ese dí­a, salvo que sabí­amos que el Pací­fico estaba justo al otro lado. Fue emocionante. Black Diamond, que seguí­a amarrada a nosotros, sacó montones de fotos de Dio en su pileta. Dio patas arriba, Dio saludándolos, Dio posando desnudo. Mientras Dio nadaba en su piscinita inflable sobre la cubierta el tipo con la cámara en Black Diamond preguntó si él se sacaba la ropa también podí­a nadar en la pileta. Le dije “¡Por supuesto!”. Pero me alegro de que no me aceptara la oferta. No creo que Wences hubiera podido soportarlo.

Después que pasamos la esclusa vino un remolcador a llevarse al piloto y a los amarradores. Ahí­ salimos navegando a motor hacia Ciudad de Panamá.

8 Al 16 De Junio

Nos estamos quedando en la marina del Intercontinental Hotel en pleno centro de Ciudad de Panamá. Estamos rodeados de barcos de pesca privados. Wences ha estado arreglando cosas mientras yo he estado pasando los dí­as con Dio y Sofí­a, tratando de no sufrir mucho el calor y comenzando el segundo borrador del libreto en el que estoy trabajando. Haberme tomado libre un par de semanas realmente ayuda. Resulta más fácil hacer cambios cuando tenés un poco de distancia. Acá hay 80% de humedad. Es increí­ble. Pasamos la mayor parte del dí­a en la pileta para no morir de deshidratación. El aire acondicionado es una de las cosas que estamos arreglando, así­ que quedarnos en el barco en ese calor es intolerable.

11 De Junio

Ayer Wences trajo dos aparatos de aire acondicionado. Son para uso residencial, así­ que cuando nos vayamos los vamos a regalar, pero como sabemos que vamos a estar acá dos semanas, vale la pena. La vida con aire acondicionado es tanto mejor. Me di cuenta que el calor me poní­a irritable. ¡Estoy segura de que todo el mundo se dió cuenta también! Me desperataba y no podí­a volver a dormir. También sé que estaba afectando a Dio. Estamos muy contentos ahora que estamos aliviados del calor.

Wences tiene un amigo acá que nos ha ayudado en forma increí­ble. Se llama Alex, y se conocieron en un curso de negocios que tomaron juntos. El dí­a que llegamos nos trajo uno de sus modems inalámbricos para usar Internet (es un nerd de la tecnologí­a como Wences, y su empresa presta el servicio) un celular y otros chiches tecnológicos. El hecho de poder sentarme acá en el barco y enviar este documento por email desde mi laptop se lo debo a Alex.

Amy, la mujer de Alex, está embarazada de 9 meses. Creo que va a tener el bebe mientras estemos aquí­. Va a ser su tercero. Tienen dos varones y tienen la esperanza de que esta vez sea una nena, pero la madre de Amy cree que es un varón, y las madres parecen saber de estas cosas. Nos invitaron al cumpleaños de su hijo. Aunque ninguno de los chicos estaba interesado en Dio, se divirtió mirándolos jugar. Ha estado caminando desde que llegamos a Panamá.

También pasamos el dí­a en la casa de playa de los padres de Alex. La playa era hermosa, con no mucha gente. Llevé a Dio a darse un baño y por supuesto vino una ola grande y no pude saltar lo suficientemente alto como para mantener nuestras cabezas arriba del agua. La ola le dió una cachetada, justo en la cara. Después de esa vez cada vez que veí­a venir una ola se poní­a a temblar. Pobre macaquito. Lo mantuve en el agua un rato hasta que paró de temblar. ¡Se olvidó que tení­a miedo! ¡Qué fantástico serí­a si todos pudiéramos hacer eso!

Cuando volvimos a la casa de los padres de Alex, comimos un rico almuerzo y pasamos el resto de la tarde mirando el zoológico en miniatura que tienen en el jardí­n del fondo. Preciosos pájaros de todo tipo, caballos, ponys, venados, un mono, parecí­a que tení­an de todo. Yo no soy muy del zoológico, siempre prefiero ver a los animales en libertad y preferirí­a no verlos para nada que verlos maltratados. El mono extendió los brazos y me agarró. Al principio me asusté, pero después me di cuenta que sólo querí­a que lo tocaran. Cuando Wences se acercaba, el mono empezaba a pegar unos alaridos y me tironeaba aún más fuerte. Alex después nos dijo que al mono no le gustan los hombres. Traje a Dio para ver que pasarí­a y Dio no quiso saber de nada con el mono. El mono más o menos pensaba lo mismo. El mono se enojó porque ahora mi atención estaba repartida entre Dio y él, en lugar de exclusivamente dedicada a él. En un momento dado Dio se olvió de que habí­a un mono en la jaula y fue caminando justo hasta la jaula a ver que habí­a en el fondo. El mono saltó y le agarró el brazo. Nunca habí­a escuchado a Dio hacer el sonido que hizo en ese momento. Era una mezcla de miedo y furia. Tan cómico que no me podí­a parar de reir. El mono y Dio me miraron como si estuviera loca y los dos empezaron a hacerme burla. Ahí­ realmente me enloquecí­, y ellos también. Si alguien me estba mirando, ahí­ tendrí­an buen fundamento para internarme.

La madre de Amy nos invitó a cenar. Es una señora muy dulce y amable, es muy fácil entablar conversación con ella, y es muy atenta. Amy salió a su madre. Ambas se desviví­an por facilitarnos las cosas. Amy me llevó de compras en busca de sábanas y zapatos para Dio. Cuando Dio tuvo fiebre me consiguió hora el mismo dí­a con su pediatra y nos hizo llevar con su chofer. Estuvo amorosa. Y el pediatra era fantástico. Nunca vi a Dio tan tranquilo con un doctor. A Dio parece que le están saliendo todos los dientes. Siempre tiene dos o tres que le están saliendo. Ahora le están saliendo los molares, así­ que probablemente la fiebre tiene que ver con eso. Es cómico, todo los doctores a los que hemos ido cuando Dio tiene fiebre y le está saliendo un diente, que es siempre que le está saliendo un diente, ha dicho que “aunque no hay información suficiente para constatar que la salida del diente provoca fiebre y congestión de la nariz, es probable que su hijo tenga fiebre porque le está saliendo un diente”. Quiero asegurarme de que no sea una infección de oí­do, ya que pasa tanto tiempo en el agua, porque una vez que nos vayamos de Panamá, a donde sea, es posible que podamos atenderlo enseguida…

Anoche fuimos a cenar a la casa de los padres de Alex. Comimos una sopa de pollo deli, a la que se le puede agregar palta, salsa de tomate, morrones, arroz y otras cosas. Muy deli. Sirvieron jugo de guanábana. TAN DELI. La casa tiene una vista impresionante. Ventanas ENORMES del piso al techo con vista a Panamá desde la cima de un cerro. Tení­an unos cuadros de Botero, ese colombiano que pinta a todo el mundo agradablemente rotundo. Wences estaba pensando en pedirle un cuadro, pero en decirle que querí­a a la gente flaca. Seguro. La hermana de Alex y su familia también vinieron a la cena. La hermana de Alex estaba muy trastornada porque la escuela de sus hijos habí­a invitado gente a hablarle a los chicos sobre carreras, pero habí­an elegido gente con carreras estúpidas y sin futuro. Cómo iba a ser eso un buen ejemplo para los chicos. ¡Cómo podí­an cobrar por eso! Wences preguntó cuáles eran las carreras. Un GUIONISTA, un cura, y un EMPRENDEDOR! ¡Por Dios¡ ¡Quién va a querer que sus hijos sean alguna de esas cosas! Alex y Wences se empezaron a reir. Por suerte yo no entendí­ la conversación en el momento. Una de sus hijas sugirió que fuéramos a charlar sobre la vida en el barco. Ahí­ Wences dijo “Seguro! Podemos hacer eso y contarle que soy un emprendedor”. NO. El abuelo, en un intento por llevarle la corriente a su hija y ser educado con Wences, dijo “No podés decirlo así­ nomás. Tenés que decir, “Fui a la universidad y estudié mucho, me recibí­ con honores, y después fundé mi propia empresa, con la que me fue muy bien, y gracias a la cual pude tomarme un tiempo libre y vivir en el barco”. Wences y Alex se empezaron a reir de vuelta. “Bueno, lo que pasa es que yo abandoné los estudios” dijo Wences. Se quedaron boquiabiertos. “No, no podés decir eso. Ni lo menciones”. La hermana de Alex parecí­a al borde de un ataque de nervios. “Y mi esposa paga las cuentas con el libreto que le está escribiendo a Gloria Estefan, porque es GUIONISTA”. Las chicas me miraron con renovada admiración. “Ahh, conocés a Gloria Estefan! ¿Nos la podés presentar? ¿Es amiga tuya? ¿A quién más conocés?” Fue muy gracioso.

Esperamos en Panamá durante tres semanas hasta que la empresa a la que le compramos el generador de aire acondicionado pudiera mandar a alguien a arreglarlo. Se pasaban postergándolo. Muy frustrante. Si hubiéramos sabido que í­bamos a pasar un mes en Panamá, habrí­amos ido a las islas San Blás o a algún otro lado. Sé que Wences estaba descontento, pero para mí­ estuvo bien porque me dio tiempo para terminar el segundo borrador de libreto de Connie Francis. ¡Espero que este les guste!

¡Ahora seguimos para las Galápagos. ¡YUPPIII!

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