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Singapore September 17, 2005 english

Posted by Belle in : Singapore , trackback

Llegamos a Singapur el 15 de septiembre. Nos llevó poco darnos cuenta que ya no estábamos en Indonesia. La marina, la Raffles, era más grande que muchos de los pueblos que habí­amos visitado. Todos nos sentimos aliviados de saber que tení­a piscina.Tampoco era una simple piscina. Era una piscina con dos toboganes, un bar en el medio, Jacuzzi y catarata. Era muy impresionante. Dio estaba en el paraí­so. Como sabí­amos que í­bamos a estar en Singapur por lo menos dos semanas, Wences encontró un profesor de natación que viniera a darle clases a Dio y a su nueva amiga Luna todos los dí­as durante una o dos horas. A Dio le encantó. A mí­ no me permití­an ir a ver. Supongo que las mamás deben ser una distracción. No me imagino observar aterrorizada mientras un total extraño sumerge a tu hijo en el agua, la misma agua del cual has mantenido religiosamente alejado a tu hijo durante más de un año por ser lo más peligroso que jamás le pudiera pasar. Cómo iba a ser una distracción o molestia mi zambullida para salvar a mi pobre pescadito que se ahogaba, mientras le arranco la cabeza con patadas karatecas a unos tipos a la vista de docenas de clientes que beben tranquilamente sus Singapore slings y engullen el Laksa del lugar que observan desde el balcón del restaurant. Me enteré que en cuestión de dos dí­as Dio ya nadaba de verdad, se sumergí­a bajo agua, pataleaba y todo. Debe ser bueno mantener a las mamás alejadas… a veces. Por algo debe ser que en inglés las palabras madre y asfixiar (mother y smother) tienen sólo una letra de diferencia. Creo que me explico.
Al dí­a siguiente fuimos a la ciudad en el MRT, el subte de Singapur. Bueno, aunque decir que el MRT es un subte no suena bien. El MRT es limpio, con trenes nuevos, asientos nuevos, todo nuevo. De repente me dí­ cuenta de que me sentí­a muy incómoda en el MRT y no me podí­a dar cuenta por qué. Los trenes no andan a los sacudones, se deslizan suavemente, en silencio. Dio se puso a gritar algo, y todo el mundo se dió vuelta a mirarlo. Era eso. El silencio. Era demasiado silencioso. Nadie hablaba, no habí­an músicos peruanos bajitos tocando música andina con su flauta, ni tambores de Haití­, ni ruidos raros de máquinas, ni el clic-clac de mujeres que se pavonean con tacos altos, ni siquiera el leve sonido de un Ipod de alguien que escucha con sus auriculares a todo volumen. No habí­an ni quejas, ni gente pidiendo limosna, ni historias sobre alimentar a los desamparados, ni niños vendiendo golosinas con la promesa de que 10 centavos van para investigación de la leucemia. De repente, extrañé el tren F con destino a Brooklyn como nunca antes. En el mismo instante que percibí­ el cartel de NO COMER. LOS INFRACTORES SERAN MULTADOS, Theo empezó a los tarascones con mi camisa, buscando leche. Yo miré a mi alrededor y me pregunté si la regla sobre la actividad ilí­cita de comer abarcaba la leche materna. De repente me sentí­ tan desnuda. Theo empezó a llorar. Yo empecé a preparar el pecho. Al principio algunos miraban, creo que no sabí­an la que se vení­a, pero en cuanto se dieron cuenta, en seguida miraron para otro lado. Sólo unas pocas mamás sonreí­an levemente, sabiendo de qué se trataba. Los hombres chinos no me podí­an mirar porque QUIZAS viesen el PECHO!!! ¡¡¡DIOS MIO!!! ¿Qué les sucederí­a si lo vieran por accidente? No sé, pero seguro algo terrible.

Ese dí­a hicimos una caminata por la zona del centro, que se llamaba Raffles algo. Todo lleva el nombre de Raffles, un teniente gobernador inglés que ayudó a proteger las rutas comerciales de Singapur para los ingleses a partir de 1819. Yo estaba desbordada por la apariencia occidental de todo. La arquitectura, las calles, los autos, y sin embargo, todos son asiáticos o indúes o malayos. Caminando por la calle me dí­ cuenta que nosotros los blancos éramos la minorí­a. Qué sensación interesantes. Algo así­ como la sensación que tení­a viviendo en la calle Wycoff en Brooklyn. Pero siempre sabí­a que si recorrí­a las tres largas cuadras hasta Park Slope, estarí­a nuevamente en tierra de blancos. Acá, siempre sos minorí­a. Mientras caminábamos buscando un lugar para comer, noté largas filas de gente esperando para comprar una especie de pasteles llamados moon cake, or torta de la luna. Una torta de la luna, cómo será eso. ¿Gusto a qué tiene la luna? ¡Seguro que es dulce! Las colas eran demasiado largas para esperar. Me dije “Más tarde. Más tarde me siento bajo un arbol y pruebo un bocado de luna.”

Finalmente nos sentamos en un cafecito. No era en realidad el tipo de comida que estábamos buscando, era más occidental que todos los sabores exóticos de los que vení­amos leyendo, pero era buena comida. Dio comió un poco y después se entretuvo a sí­ mismo correteando, e zambulléndose en los arbustos cercanos. La gente parecí­a preocupada de que este rubiecito ser ensuciara y desaliñara todo en los arbustos (no se preocupen, estaba lejos de la calle). Más tarde nos enteramos que los habitantes de Singapur son un poco sobreprotectores con sus niños. Básicamente no les dejan hacer nada porque en general sólo tienen un hijo, o como máximo dos, así­ que viven asustados de que se vayan a lastimar. Eso nos contó una mujer llamada Ming que conocimos en la marina. Era nacida y criada en Singapur. Digamos que haber sido sobreprotegida en la infancia de cierta forma habí­a provocado el efecto contrario en Ming. Cuando se fue a estudiar música a Estados Unidos, se enroscó como loca con probar todo lo que le habí­a sido prohibido. Todo.

Unos dí­as después fuimos a la ciudad a hacer un poco de compras. Singapur es la última ciudad grande y occidentalizada que í­bamos a ver por un buen tiempo, así­ que pensamos que era mejor comprar todas esas cosas de las que habí­amos estado hablando antes de que fuera demasiado tarde. Todo el mundo nos dijo que fuésemos a Orchard Road. Yo me habí­a imaginado una callecita pintoresca con muchas tienditas. Quizás algun naranjo o algo así­ en las veredas. Bueno, resultó ser lo opuesto. Orchard Road es edificio tras edificio de shoppings de tres o cuatro pisos. Shoppings lindos, con todo, desde Cartier a Toys ‘R Us, pero de todas formas, unos shoppings enormes. De hecho, era un poco abrumador, especialmente al venir de Indonesia, donde probablemente no encuentres lo que estás buscando en ninguna de las islas y si lo encontrás, hay sólo una clase y un artí­culo. Acá, habí­a tanto para elegir, que me superaba. Me vino una sobredosis de compras y no podí­a pensar ni tomar decisiones. Pero por supuesto, diez minutos más tarde me acordé de mis raí­ces occidentales consumistas y me recuperé e hice compras hasta que los chicos se desplomaron, y después seguí­ comprando.

Wences habí­a estado leyendo la autobiografí­a de Lee Kuan Yew (el ex primer ministro de Singapur) y habí­a decidido que tení­a que conocer a este tipo. Pero este tipo no es el alcalde de Kupang, era muy difí­cil de acceder a él. Al final Wences se desesperó y empezó a mandar e-mails a todo tipo de gente que conoce a ver si alguno lo conocí­a o conocí­a a alguien que lo conociese. No tuvo suerte. Mi padre, totalmente estupefacto ante la solicitud de conocer a un dictador, en cambio nos consiguió una reunión con el director de Disney en Singapur. Nos reunimos con Raymund Miranda y su colega Bob para cenar en un lugar que se llama No Sign Board. Eran verdaderamente agradables, ordenaron docenas de platos deliciosos para nosotros, y nos dieron ideas fantásticas de cosas para hacer, contactos, y buena charla. Raymund tiene dos nenas, así­ que conseguí­ el número de su pediatra para darle la próxima tanda de vacunas a Theo.

Cuando fuimos al médico unos dí­as más tarde Theo estaba con tos. No parecí­a nada peor que lo que habí­a tenido en Nueva Zelanda, y como cada vez que lo llevaba a la clí­nica por su resfrí­o y tos en Nueva Zelanda el médico me mandaba de vuelta con un frasco de solución salina, mirándome en forma condescendiente, no pensé que fuera nada serio. En cuanto la doctora lo escuchó toser, paró de preparar las vacunas y empezó a auscultarlo. Minutos después de nuestra llegada nos informó que nuestro hijo estaba respirando mal y que precisaba mucha atención médica. Nos recomendó que lo internáramos tres dí­as para nebulización, medicación y esa práctica espantosa que llaman fisio, que es cuando le meten un tubo de plástico por la nariz y garganta para aspirar la flema. Yo estaba un poco en pánico y querí­a empezar el tratamiento de inmediato. Habiendo superado recientemente la neumoní­a, pensaba que quizás él se la hubiera agarrado. Resulta que así­ era. Tras tres dí­as en el hospital nos enteramos que Theo tení­a neumoní­a. Pobre angelito. Tuvimos que quedarnos diez dí­as más para que pudieran darle una buena inyección intramuscular de antibióticos. Salí­amos del barco a las 9 y media, í­bamos al médico para hacer la nebulización, í­bamos a la sala de emergencia para que le dieran su inyección, y después subí­amos al otro piso para la fisio. A mí­ me parece tan agresivo. El pobre Theo gritaba y me miraba. Espero por Dios que no se acuerde de nada de esto.

Después de eso me resultó dificil disfrutar mucho de Singapur. Sin embargo, Wences se aseguró de que mis recuerdos de Singapur no fuesen sólo el ala pediátrica del hospital Glen Eagles. Organizó una hermosa cena de cumpleaños en el edificio más alto de la ciudad con nuestros amigos Eric y Nicole, el mejor almuerzo en un kiosko de venta de Laksa, sushi en cinta transportadora, el safari nocturno en el zoológico de Singapur, una cena en un teleférico con vista a la ciudad. Cosas divertidas. Donde sea que estuviésemos, en Singapur no comimos mal ni una vez. Hasta la comida del hospital era buena. Sin embargo, tení­amos ganas de irnos. Por supuesto que el dí­a antes de la partida Dio empezó a toser. Una tos fea. También noté que le silbaban los pulmones, ¡Qué está pasando con mis hijos! Los llevamos de vuelta al médico. Lo querí­a internar de inmediato. Por algún motivo nos pareció un poco exagerado. Autorizamos una fisio para tomar un cultivo y mandarlo al laboratorio a ver si tení­a neumoní­a. El griterí­o fue suficiente para saber que poner a Dio en el hospital durante tres dí­as, donde le iban a hacer ESO dos veces por dí­a, sin estar completamente seguros de que fuera absolutamente necesario, parecí­a equivocado. Le dijimos a la doctora que querí­amos una segunda opinión. Se puso un poco molesta, pero qué nos iba a hacer? Traté de explicarle que no somos amantes de los hospitales. Yo opté por tener a mis hijos en nuestro apartamento en Miami y en el centro de partos en Auckland porque no me gustan los hospitales. A esta altura podí­a ver que la doctora pensaba que yo estaba loca.

Cómo diablos se encuentra un buen pediatra en una ciudad donde la única persona que conocés te manda a la persona de la cual estás huyendo? Empezamos a preguntarle a las mujeres que veí­amos por la calle empujando carritos de bebés. Aparentemente el hospital al que fuimos para las inyecciones de Theo tení­a una clí­nica pediátrica. Fuimos ahí­, hablamos con un agradable doctor chino medio veterano que parecí­a mucho más razonable. No me hizo sentir que mi hijo se iba a morir en el acto si no lo mandábamos al hospital, que era lo que me trasnmití­a la otra doctora. Hasta nos dijo que podrí­amos comprar nuestro propio nebulizador y llevarlo con nosotros. Lo que la otra doctora nos habí­a dicho que no podí­amos hacer, ya que precisábamos capacitación para usarlo. Bueno, cualquier tarado puede aplicar el tratamiento de nebulización. Es cierto que no todo el mundo puede interpretar los sí­ntomas de mala respiración, pero sí­ podí­amos notar si le silbaban los pulmones, así­ que podí­amos manejar cualquier ataque, si era que se presentaba. A mi me daba miedo irme de Singapur con los nenes enfermos, pero también me daba miedo internarlo a Dio. Wences llamó a un amigo suyo, Jonathon Malka, un pediatra que trabaja en Nueva York, y le contó lo que pasaba. La primera doctora habí­a dicho que nuestro hijo era asmático. Ninguno de los otros médicos se atreví­a a hacer ese diagnóstico, ya que los dos son tan chicos. Pero están presentando sí­ntomas tipo asma. Como tení­amos el nebulizador, ahora tení­amos todo lo que precisarí­amos si habí­a una emergencia con sí­ntomas asmáticos. Tení­amos todo lo que iban a tener el hospital. Nos aseguramos de contar con toda la medicación indicada para el nebulizador, además de los antibióticos, y nos fuimos.

¡Hasta la vista Singapur!

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