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Bora Bora September 15, 2004 english

Posted by Belle in : Bora Bora, French Polynesia , trackback

Llegar a Bora Bora era una especie de hito para mi porque sabí­a que iba a ver a mis padres. ¡Siempre me habí­a parecido tan lejano, y ahora acá estábamos!

Anclamos tan cerca del hotel de mis padres como lo permití­a la escasa profundidad de las aguas. Estaban justo a la vuelta de nosotros. Lo vestí­ a Dio con su nueva camisa y short floreados tahitianos y un collar de conchas marinas y traté de vestirme algo isleña yo también, aunque la mayor parte del tiempo en el barco tengo un aspecto de zaparrastrosa, con parte de arriba del bikini, shorts, equipo de jogging, cualquier cosa. Fue tan bueno verlos.

La primera noche tomamos un trago en el Hotel Bora Bora y miramos la puesta de sol y después fuimos a su buffet tahitiano. Todos tratamos de quedarnos levantados hasta la hora del baile después de la cena, pero ahora en general yo me desplomo a las 9 de la noche y mis padres estaban con los horarios desfasados por el viaje. Dio se las arregló para hacer una presentación unipersonal antes de que empezara el espectáculo. Se fue al medio entre todas las mesas de parejas en plena luna de miel e hizo una sacudidita al ritmo de la música y después se congeló en una pose muy dramática y se puso a mirar fijo a su audiencia hasta que alguien lo hizo reir, y ahí­ salió corriendo a resguardarse entre las piernas de su mamá.

Todas las mañanas í­bamos a desayunar a un lugar muy simpático cerca del hotel de mis padres, regenteado por una señora de unos sesenta y pico de años y sus dos hijas. Medio que nos adoptaron mientras estuvimos ahí­. Algunos dí­as nos daban jugo de ananá a mitad de precio, otros dí­as nos daban postre gratis. Eran fantásticas. Después del desayuno nos í­bamos a pasar el rato cerca del pintoresco bungalow de mis padres y mirábamos a Dio que deambulaba, levantado rocas, frutas caí­das, lo que sea que pudiese encontrar. Después a veces nos dábamos un baño en el agua hermosa, muy llana. Mamá y papá y Dio tuvieron oportunidad de nadar y jugar juntos en el agua. Como una de las cosas preferidas de Dio es jugar en el agua, para mí­ fue divertido verlos jugar a todos juntos, mientras Dio se reí­a y pataleaba en el agua como un perrito. A alrededor de las 10 de la mañana llevábamos a Dio de vuelta al barco para su siesta, que podí­a durar cualquier cosa entre una hora y media y a veces hasta tres horas. Después, de tarde nos reuní­amos con mis padres de nuevo para alguna clase de aventura divertida. Recorrimos la isla en auto, hicimos un paseo de helicóptero, donde pensé que iba a vomitar encima de toda mi fantástica familia, y también fuimos a un paseo en submarino. El submarino era una esfera con ventanas alrededor que nos bajó lentamente a 36 metros. Fue muy divertido, aunque un poco claustrofóbico. También le dan de comer a los peces, así­ que siempre estábamos rodeados. Vimos atunes, jureles, tiburones, peces nemo, pero nuestro favorito era el pez Napoleón. Era ENORME, verde, rojo y de otros colores que no me acuerdo. Sus ojos parecí­an casi humanos, también. A diferencia de muchos de los peces que iban y vení­an, este se quedó con nosotros casi todo el tiempo. El conductor del submarino era fantástico. Obviamente estaba completamente apasionado por su trabajo. Poní­a la música de la pelí­cula The Big Blue a todo volumen y conversaba sobre los peces que tení­amos enfrente, asegurándose de que todos viéramos a Nemo. ¡Y después nos dejó manejar! Muy canchero. Hasta a Dio, que parecí­a que estaba en el paraí­so. Cuando amagaba a tocar alguno de los botones con la luz prendida, lo miraba al conductor, que sacudí­a la cabeza firmemente y con una voz extremamente profunda le decí­a que NO, y el dedo de Dio inmediatamente se dirigí­a a su boca, como si no tuviera intención alguna de tocar el botón. Todos nos reimos.

La noche antes que mis padres se fueran nos llevaron a cenar al Intercontinental Hotel, que fue hermoso. Comimos una rica cena del buffet, y después, para nuestra sorpresa, habí­a show. De repente un grupo de hombres con ropas muy menudas, y bien alimentados, comenzaron a dar saltos al sonido de unos tambores. El más grandote abrió un coco con sus propios dientes. Quizás por eso le quedaban tan pocos dientes. Otro abrió un coco con las manos, y otro con el pie. El grandote levantó una roca enorme y después la dejó caer, y ahí­ el maestro de ceremonias empezó a buscar voluntarios en la audiencia. Yo puse la mano atrás de Wences y empecé a señalarlo. ¡El tipo de inmediato lo eligió a Wences! ¡Y Wences no tení­a idea que fue culpa mí­a! ¡Yupiii! Eligieron a otros cuatro hombres de la audiencia, todos tirando a jóvenes y forzudos. Les dijo que se sacaran las camisas, ¡así­ que ahora podí­amos ver cuán bien alimentados estaban estos hombres! Le ordenaron a Wences que levantara una roca enorme. ¡Dios mí­o! ¡Esto va a ser fantástico! Voy a ser responsible de que Wences se quiebre la espalda. Lo miré a Wences levantar la roca sin dificultad alguna, y arrojarla. ¡Qué hombre tan macho! Yo estaba tan orgullosa de mi indio patagónico. Los otros hombres pasaron esa prueba, algunos precisaron mucha ayuda, pero lo lograron. Después la roca más grande, esta vez entre dos. Wences y su compañero se las arreglaron sin gran dificultad. Creo que probablemente algunos de los otros descubrieron que se habí­an herniado en Bora Bora.

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