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Galapagos, Ecuador July 9, 2004 english

Posted by Belle in : Galapagos, Ecuador , trackback

9 De Julio

Llegamos a Española a altas horas de la madrugada. La campana del desayuno sonó a las 7 de la mañana y el chinchorro nos iba a llevar a la costa a las 8. Me había olvidado de cuánto me gustan los platos de desayuno. Una granola deli, yogurt, frutas frescas, jugo recién exprimido, huevos, queso. Dio quiso tres rodajas de salame con queso, un poco de granola y yogurt, jugo y un poco de huevos. Nunca lo he visto comer tanto como en ese barco. Debe haber engordado por lo menos un kilo en una semana, y un kilo para un niño de 11 kilos es mucho. Ahora tiene pancita. Y camina como un Papá Noel chiquito, tambaleándose como un budincito con patas. Tan tierno.

En Española vimos muchas focas en la playa. Adoro las focas. Mucho. Parece que soy la que más quiere a las focas de todo el grupo de viaje. O de cualquier grupo de los que nos encontramos. Es posible que yo quiera a las focas más que nadie en la historia de la humanidad. Aunque puede haber algún mal de la cabeza por ahí que consiga pasar más horas por día con las focas que yo. En serio, podría pasar semanas mirándolas e intentando hablarles. Hago de cuenta que me entienden. A veces parece que realmente me entienden. Parecen disfrutar verdaderamente de la vida. De tarde salimos a nadar con las focas. Tan divertido. Estas bestias tenían una elegancia que ninguna bailarina de ballet podría igualar. Se desplazan a toda velocidad, girando y contorneándose, flotando hacia tí panza para arriba, llegan muy cerca de estrellarse contra uno y justo cuando dejás de sonreir y te das cuenta que esta criatura pesa más de noventa kilos y tiene dientes y puede quebrarte una costilla en un instante, gira alrededor tuyo mirándote como un nene que canta “Mirá lo que hice, na na na na na na”. Casi me ahogué de la risa. Al principio Dio no sabía qué pensar. Si se acercaban demasiado se ponía a gritar y hacía el gesto de “levantame Mami antes de que me muera”.

En las Galápagos no hay depredadores, así que los animales no le temen a los seres humanos. Cuando salimos a caminar en Española vimos cientos de alcatraces de pie azul sentados en sus nidos. Nunca parecían molestos o asustados de que nos acercásemos justo hasta donde estaban antes de continuar nuestro camino. Los alcatraces ponen dos huevos. Uno de los pichones sobrevive, el otro siempre muere. Supongo que probablemente alimentan al más bocón, y el otro con el tiempo se muere. Vimos muchos pichones. Lo más triste es ver a la mamá alcatraz sentada sobre el pichoncito muerto. Parece como si no supiera que está muerto. Quizás estuviésemos presenciando un poco de Selección Natural ahí mismo. O quizás tuviese a un pichoncito de alcatraz vivo abajo de ella que no podíamos ver. Cuando vuelan, vuelan altísimo, hasta el infinito. Tienen unas caras hermosas, color crema con cachetes marrones.

Para el final del día Dio se había acostumbrado a estos animales. Quizás se acostumbró demasiado. Wences llevó a Dio a caminar por la playa donde estaban todos lobos marinos y me dijo que Dio parecía haber perdido cualquier miedo. Hasta casi pisó a uno, pero la foca que aparentaba dormir se enderezó de un salto y le eructó a Dio (realmente parecen marineros borrachos, eructando y tirándose pedos todo el día) Dio dio un paso atrás, aterrorizado, y ahí se activó su instinto de supervivencia. Le respondió a la foca con su super-terrorífico gruñido de monstruo y la foca se calló la boca. Como el gruñido fue tan efectivo, Dio está intentando extenderlo a situaciones estresantes más cotidianas, como cuando Mami no le deja comer galletitas o tomar Coca-Cola, pero hasta ahora sólo logra asustarla cuando lo hace sin motivo aparente. Ahí Mami sale corriendo y se esconde de mí y yo voy a buscarla y ella vuelve a salir corriendo. Es un juego divertido.

10 De Julio

Llegamos a Floreana de mañana temprano. Para cuando terminamos el desayuno y estábamos prontos para bajar a tierra, Dio estaba pronto para una siesta, así que Wences se quedó con él en el barco. Floreana es hermosa. La recorrimos caminando, vimos una laguna salada con muchos flamingos, y al otro lado una playa hermosa. Vimos algo en el agua así que nos acercamos a mirar. Mientras yo esperaba que el agua se calmara de la última ola para ver la arena del fondo, sentí que una cosa carnosa golpeaba contra mis tobillos, flotaba entre mis piernas y volvía al mar. ¡Era una gran raya! Justo ahí vino el naturalista a advertirme sobre los peligros de pisar una raya, y de cómo debía arrastrar los pies en lugar de caminar, para no pisar una, hacerla enojar y que me dieran un latigazo con su enorme cola con ese aguijón que me dejaría rengueando un par de días. Así que me alejé arrastrándome. En cuanto me di cuenta, estaba rodeada de rayas. Una ENORME, dos medianas y una chiquita. Cuando rompían las olas, las rayas se iban flotando a otra parte, quizás cerca de donde estaban antes, pero decididamente no en el mismo lugar. Sentía como si estuviésemos jugando a las escondidas. Me encantaba buscarlas y encontrarlas.

A la tarde, depués de un almuerzo delicioso, nos pusimos nuestros trajes de neopreno y nos dijeron que íbamos a las aguas donde se encuentran los tiburones de aleta blanca. Rápidamente decidí que Dio y yo precisábamos quedarnos abordo, que Dio no había dormido REALMENTE mientras Wences lo cuidaba, sino que se HIZO EL DORMIDO durante dos horas. Wences, que me conoce bien, respondió que de ninguna manera me iba a quedar en el barco. Dio puede venir con nosotros y quedarse con Luis en el chinchorro. Lo miré a Luis. Nunca le había dirigido la palabra a este hombre. ¿Y ahora voy a dejar mi adorable aspirante a lobo marino con este extraño, en un chinchorrocito sobre aguas infestadas de tiburones? Me resultaba un poco demasiado. Decidí apaciguar a Wences metiéndome en el agua, pero para tranquilizar mis propios temores, me quedaría cerca del chinchorro, lista para sacar a mi querido hijo del agua en caso de que se cayera (no se preocupen, siempre usa chaleco salvavidas cuando está en el chinchorro). Así que salté al agua, miré hacia abajo con la máscara, no pude ver mucho, miré hacia atrás esperando ver a Dio retorciéndose en los brazos de Luis, intentando llegar a su madre que desaparecía en las aguas azules, pero no. Ni siquiera miraba hacia mi. Así que dije “Bueno. Fantástico. No tiene por qué estar cuidándote, y tu no QUERES que esté cuidándote”. Empecé a mirar en el agua EN SERIO. Abajo mío había un hermoso pez loro. Uno grande. Lo miré mordisquear algo durante un rato. Ahh, pensé, ahora mi angelito debe estar extrañándome. Miré para arriba. El chinchorro no estaba. DIOS MIO ¿ADONDE SE LLEVO A MI ANGELITO ESE HOMBRE? Miré alrededor y vi algo que nunca hubiera imaginado en un millón de años. No estaba tratando de llegar a donde estaba yo, no estaba intentando meterse en el agua, no le trepaba encima a Luis, sino que estaba agarrado de la manija del motor del chinchorro, TIMONEANDO el chinchorro, ALEJANDOSE DE SU MADRE! ¿Qué voy a hacer cuando se vaya a la universidad? De repente me identifiqué profundamente con mi madre, con todas las madres.

Así que decidí que dado que mi hijo se encontraba a salvo, y obviamente muy feliz aprendiendo una nueva destreza, yo debía aprovechar lo que supuestamente estaba haciendo. Empecé a prestar atención realmente a las cosas que veía abajo mío. Muchos peces. Estaba un poco turbio, pero igual muy lindo. De repente vi pasar una tortuguita al lado mío, que luego desapareció en el agua turbia adelante mío. Wences vino y me encontró, y nadamos agarrados de la mano. Me estaba llevando a los tiburones, estaba segura. Quiere que supere mi miedo, así que me iba a hacer nadar con uno, quizás incluso tocar uno, estaba segura. Dios mío. Bueno, sé que todas las cosas que me hace hacer después me encantan, así que intenté tragarme el miedo y seguir nadando. Pero me aseguré de ir siempre un poquito atrás de él por si aparecía un tiburón, así se lo comía a él primero.

Ese día el capitán del barco, Pepe, había venido con nosotros. Nos dijo que le encantaban los tiburones de aleta blanca y que eran muy mansos. Me dijo que los tocaba todo el tiempo y que nunca había tenido problema alguno. Wences y yo nos acercamos a Pepe y ahí vimos algo impresionante. Estaba concentrado en una roca que parecía tener una cueva. Metió el brazo y empezó a tironear de algo. Qué diablos hace, pensé para mi. De reprente Pepe arrancó un tiburón de aleta blanca de la oscuridad y lo dejó ir. Debe haber tenido más de dos metros de largo. ¡Dios mío! ¡Acá viene! El tiburón empezó a nadar hacia nosotros, yo empecé a nadar hacia atrás, con Wences adelante mío estaba a salvo. Entonces el tiburón giró y salió nadando en dirección opuesta. No nos miró a los ojos, nada. Una especie de anticlimax. Uno espera que por lo menos te miren como si te quisieran comer o algo. Pero no. Ahí Wences y yo empezamos a nadar por separado. Siempre quiere ir al doble de velocidad que yo. Yo iba a un tranco lento, siguiendo un pez, pensando en lo contenta que estaba de que el tiburón se hubiese ido, porque justo me acordé que estaba con el período y si el tiburón olía mi sangre, quizás viniese tras de mi y me comiese de un bocado. Me dí vuelta para ver dónde estaba Wences y el tiburón estaba nadando justo al lado mío. A tres metros. Casi tuve un infarto. Por supuesto que nadie vió mi encuentro cercano con Tiburón, pero yo sé que lo tuve. He decidido que los tiburones de aleta blanca pasan. PERO HASTA AHI LLEGO.

Por desgracia, no escribí durante los últimos tres días del viaje en el Diamante, así que ahora no me puedo acordar de mucho. Así que esto es una especie de Grandes Exitos de las Galápagos. Wences y yo hicimos snorkel juntos un día, en busca de tortugas. Por supuesto que estábamos con el grupo, en un lugar donde siempre hay tortugas. Siempre había pensado que las tortugas eran medio aburridas. No son cariñosas, simpáticas, no hacen ningún ruido, se mueven demasiado lento, ¿dónde está la gracia? Así que yo iba buscando peces loro o rayas. De repente Wences señaló hacia algo que salía del agua arenosa frente nuestro. Una tortuga ENORME estaba mordisqueando una especie de musgo en el fondo del mar. Era tan ENORME que nuevamente, mi primer instinto fue ponerme detrás de Wences y dejar que la tortuga se lo comiera a él primero mientras yo me escapaba. Después de unos segundos noté que Wences no salía nadando, ni era arrastrado a una guarida de tortugas, sino que iba siguiendo a la tortuga. Así que lo seguí. La tortuga no se fue lejos. Simplemente se movió a otro lugar a seguir comiendo. Wences nadó hacia abajo y se aferró a la caparazón de la tortuga. Por supuesto que mi marido siempre hace cosas que los protectores del medio ambiente dicen que no hay que hacer. La verdadera regla cardinal era NO TOCAR a los animales. Acá estaba Wences, aferrado al lomo de esta pobre tortuga vieja, probablemente de quinientos años de edad, por Dios, jamás tocada por un ser humano, obligada a arrastrar a Wences como si fuera un pony en un zoológico. Parecía tan divertido. Al principio la tortuga estaba sorprendida, y nadaba más rápido de lo que nunca me hubiera imaginado que podía nadar una tortuga. Y cuando nadaba, parecía que estaba volando. Las dos patas delanteras se achatan y parecen más alas que patas. Cuando Wences la soltó yo esperaba que la tortuga saliera rajando, pero nadó en círculo y volvió a ver qué diablos era eso que la había agarrado. Sin miedo alguno. No era nada del otro mundo. Y Wences anduvo en tortuga. Qué divertido. Por supuesto que no le contamos a nadie de nuestro grupo o nos hubieran echado por la borda.

Otro día nadamos por una bahía y por una serie de canales de ceniza volcánica. El agua era realmente llana. La roca era negra y se veía todo. Montones de hermosos peces, algunas tortugas. Algo realmente único.

Realmente lo pasamos bien en el Diamonte. La tripulación era fabulosa. El capitán, Pepe, era un tipo dulce, de cuarenta y pico de años, fornido, que parecía jugador de fútbol. Al principio estaba un poco serio y distante, pero Wences tiene un don para hacer que la gente se suelte que realmente disfruto. Pepe dejó que Dio timoneara el barco, fue el que agarró al tiburón de aleta blanca, se convirtió en un tipo tan alegre y cálido que queríamos llevárnoslo con nosotros. Después estaba Walter, el chef. El primer día en el Diamonte, Dio encontró una ventanita que daba a la cocina. Le encantaba ir a ver qué pasaba ahí adentro. Como siempre nos levantábamos antes que todo el mundo, teníamos que esperar un rato el desayuno. Nos sentamos ahí, mirando a Walter y entonces Walter le dió a Dio un panqueque de banana. Ese fue el comienzo de una hermosa amistad. Walter lo adoraba a Dio. Realmente lo adoraba. Lo sostenía en brazos y cocinaba al mismo tiempo. Le preparaba cosas especiales cuando le parecía que a Dio no le iba a gustar lo que estábamos comiendo. Y a veces parecía como si simplemente quisiera hacer algo deli que pensaba que le iba a gustar a Dio. De tarde venía a sentarse con Dio y hacía como si fuera una foca que ladraba. Era muy tierno, amable, un chef fantástico y muy trabajador. El y Pepe vinieron al Simpatica a despedirse el día que tienen medio día libre. Pepe vino a despedirse de Wences y Walter vino a despedirse de Dio. Dio no quería que Pepe lo bajara de sus brazos ni que se fuera. Fue todo muy dulce. Sofía después me dijo que él le dijo que tiene un hijo con síndrome de down y que no lo ve mucho por su trabajo y porque se divorció. Todos los tipos que trabajaban en el barco estaban divorciados. Por supuesto. Trabajan seis semanas seguidas y después tienen una o dos semanas libres. Pero nos encantaron todos. Luis y Angel siempre llevaban a Dio en el chinchorro cuando íbamos a hacer snorkel, o a veces Angel lo llevaba a Dio a otro barco, sólo para saludar, mientras yo terminaba el desayuno o mientras estaba haciendo alguna otra cosa. Escuchaba que alguien decía MIRA, AHI VA DIO, y ahí estaba en el chinchorro, como si estuviera timoneando, con la mano en la cosa esa, saludando a los barcos de turistas, con Angel al lado. Después de pasar dos días con estos tipos, confiaba en ellos completamente con respecto a Dio. Luis decía “Va a ser marinero” como que lo veía en él. Preguntaban si se los podíamos dejar y no los devolverían cuando fuera mayor. Como todos tienen hijos que nunca ven, lo cuidaban como si fuese suyo. Realmente disfrutamos el tiempo que pasamos con ellos.
Cuando terminamos el viaje teníamos tres días en Academy Bay en Santa Cruz para limpiar el barco y aprovisionarnos para el cruce del Pacífico, lo que no era demasiado tiempo. Fuimos a la feria del lugar temprano de mañana y compramos todas las frutas y verduras. Realmente disfruto de ir a las ferias en otros países. En especial las que son a las seis de la mañana y que atraen lugareños y no muchos turistas. Es divertido ver a toda la gente y la comida del lugar. Compramos unas frutas y verduras fantásticas. Las manzanas, naranjas, repollos, zapallitos y peras que, una vez envueltas en papel de aluminio, duraron todo el cruce y aún más.

El día antes de irnos chequeé con nervios el email en busca de un mensaje de Gloria o Frank Amadeo. Habían dos mensajes de Gloria en mi bandeja de entrada. El momento de la verdad. Esperé a que la increíblemente lenta conexión revelara su crítica positiva o negativa del segundo borrador. Le encantó. Creó que usó esa expresión más de cinco veces y “fantástico” más de tres veces. Me sentí tan aliviada. Por supuesto que había que hacer cambios, pero escuchar que ahora ella estaba segura de que teníamos algo que se sentía confiada de proponer a algunas de sus conexiones de Hollywood me hizo sentir tan bien. Y ahora podría hacer algunos de esos cambios durante el cruce del Pacífico.

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